domingo, 14 de junio de 2009

Retazos III



Una pesada brisa de verano acosaba a la ciudad con un calor que no le correspondía aun azotaba malvada, aquí y allí, las ramas de un maltratado árbol y la enmarañada cabellera de quien osaba interponerse entre él y la eternidad.

El verano apenas acababa de empezar y resultaba, a todas vistas, demasiado sofocante como para ser verdad. Era tan denso, que prácticamente podías acariciar el bochorno con la yema sudada de los dedos.
El traqueteo incesante de los abanicos de madera inundaba el agonizante ambiente de los parques, que con su “clack clack” aumentaban la sensación de locura.

Pero la lluvia cayó, cayó durante todo un día, fresca, salvadora...invencible.

Había quien le imploraba que se llevase todos sus problemas, que limpiase sus almas, que aliviase sus penas…pero tan solo refrescó la piel ardiente de quien paseaba y asustó a alguno que otro con sus truenos enfadados. No la culpaban, después de todo, la lluvia no era quien debía purgar sus inquietudes.

5 comentarios:

  1. bendita lluvia, donde andara ahora la muy...
    y esta vez la foto si me pega. Y llevas un ritmo de actualizacion que hace que los demas quedemos mal, asi que sigue asi!
    besakos^^

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  2. llover...mirar la lluvia desde la ventana, que la lluvia te caiga en la cara...que la calle que quede desierta...

    Mucho me tiene que llover para que saque yo el paraguas.

    Casi siente uno el bochorno leyendo tu relato :)

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  3. No tengo duda del nivel que vas a imponer (y que ya has impuesto). Dices mucho con poco...y si esto es lo que tenías, pues deseando de ver lo nuevo!

    ...por cierto, aunque de gusto la lluvia en la cara siempre es bueno llevar paraguas. Nunca sabes cómo de fuerte va a ponerse la cosa :D

    saludos!

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  4. Sólo por el título de tu blog ya he decidido seguirte, mas leyendo tus palabras rosáceas y absorbentes descripciones, no me queda duda.

    Saludos

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  5. Pero a veces en la estepa polvorienta la lluvia se transformaba en gotas de barro cuyo estallido contra el asfalto sólo servía para liberar el calor acumulado durante todo el día.

    Cuando eso ocurría, la única posibilidad racional era desprenderse de toda ropa y correr desnudos por las laderas del parque que se hizo sobre la escombrera.

    Quizá con la llegada del amanecer el rocío de la hierba refrescase esos cuerpos sobrecalentados.

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