miércoles, 10 de febrero de 2010

Ensayo para una despedida



Hoy es de esos días en los que, tras un cúmulo inesperado de circunstancias, he tenido que parar y preguntarle desesperada a la nada “Por qué”, escudriñando su mirada vacía y ausente.
Esto tiene explicación, no creas que es críptico a voluntad, ya sabes que el existencialismo jamás fue lo mío y que soy reacia a la filosofía de andar por casa... pero desde que hablamos aquel nublado domingo, entre interferencias y suspiros, comprendí que estaba enredada en tus recuerdos. Es probable que a estas alturas ni siquiera sepas por qué me tomo la molestia de dedicarte unas tristes líneas, trazadas con lágrimas de tinta y un pulso torpe y atropellado, ni yo misma lo sé.
¿Sabes? Han sido muchas las mañanas que me han oprimido el pecho, ahogada por un amanecer que parecía no llegar nunca. Te imaginaba valiente, calzándote esas sucias botas que minan el camino de oquedad cruel y vacías súplicas. Te pedí mil veces que no te marcharas, pero el viento quiso llevarse mis palabras y apenas dejó una sombra marchita de ellas.
Siempre temí tu olvido, la sola idea acosaba impertinente mi cordura; con el tiempo supe manejarme y aprendí a dejar de contar los minutos de tu ausencia. En realidad dudo que te imaginaras todo esto, quizá podría haber sido de otra manera. Pero es tarde... yo lo sé y tú también lo sabes.
A menudo contemplo esa naturaleza muerta de la que tanto me hablabas, es cierto que envuelve las cosas de una forma especial pero yo no lo entendía, a mis ojos no era más que otra metáfora de las tuyas, intentando hacer del momento algo que no pudiese borrar de la memoria. He de admitir que ese ordo artificialis que regía tu vida siempre me causó un revoloteo incesante en el estómago.

Pero, otra vez, ya es tarde...lo sé y tú, tú también lo sabes.