domingo, 1 de agosto de 2010

Roth


Hacía muchos años que, por una desilusión con el amor, Roth había dejado de pretenderlo. Lo había arrinconado en un viejo cajón, enredado entre hilos y polvo de hada. No atinaba a decidir si fue a causa del odio que comenzó a brotar en su interior o por el pánico descontrolado que azotaba todo su cuerpo cuando recordaba aquellos días. En realidad todo eso no importaba, el caso era que, en su afán por olvidar, una calurosa madrugada de hacía diez años había ahogado entre silencios su capacidad de amar. Todo su mundo se tambaleaba por aquel entonces, desvalido como estaba no podía desear nada más. Y ocurrió, se marchitó por dentro.
Ahora, apenas rozaba la treintena pero las canas ya asomaban curiosas por sus sienes. “Los disgustos” se decía, o eso quería creer. Sin embargo, bien sabía que ya no era el mismo, a menudo le decían que su empatía y su bondad habían quedado reducidas a cenizas y su sustituta, una perturbadora frialdad, había regido desde entonces el orden y mandato de su vida. Pero todas esas opiniones vertidas en él le importaban más bien poco pues si disfrutaba de algo en el presente que vivía, era del sabor rancio que le proporcionaba su misantropía. De esta manera, Roth no podía sentirse más seguro, había renovado fuerzas y el único amor que profesaba era hacia sí mismo, irradiando el peligro de un narcisismo incontrolable. Pero todo cambió una mañana, aun pensando que su bienestar duraría por siempre, comenzó a alterarse con las ráfagas de un viento inevitable. Una figura comenzó a trazarse a lo lejos del pasillo, majestuosa, delicada y con sus rizos de obsidiana cayendo sobre los hombros. A hurtadillas robó con su mirada el nombre que tenía impreso en la tarjeta de identificación de la empresa.
Aquella noche, como en las venideras, siempre soñaría con ella. Siempre soñaría con Rosalie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario