jueves, 12 de agosto de 2010

Jake


El humo de un cigarrillo mal apagado dibujaba siluetas en una habitación de penumbras, de una forma suave y tímida se colaba la luz de la gran ciudad por los huecos de la persiana alumbrando aquellos ojos humildes, llenos de fantasmas. Miró al techo con desgana y dio un resoplido que retumbó por las esquinas, a menudo había pensado que el aburrimiento terminaría matándole algún día, literalmente y de una forma cruel.

Las horas pasaban muertas en la vida de Jake, no sabía de qué palo ahorcarse y había empezado a aborrecerlo todo, incluso a sí mismo. Ese reflejo decadente y paliducho en el espejo del baño cada mañana, susurrando los efluvios de una noche pasada por demasiado alcohol y poca comida; si no lo mataba el aburrimiento lo haría una cirrosis del carajo, pero qué más daba si ni siquiera podía mantener una charla sincera con un ser humano, o al menos, un proyecto de hombre.

Unas patas de gallo muy marcadas coronaban la profunda y vacua mirada de Jake, la comisura de sus labios, ligeramente inclinada hacia arriba, hacían de su rostro una mueca permanente. Lo odiaba, esa sonrisa bobalicona siempre quitaba peso a todo aquello que decía para imponerse, incluso a sí mismo. La tristeza nunca sabía igual cuando tus labios perfilaban una fingida alegría.

Sin embargo, nada aplacaba la melancolía de Jake...se sumergía cada día en ese mundo insano que había creado la raza humana intentando, con todo su tesón, encontrar algo que de verdad mereciera la pena. En 34 años había viajado a lugares increíbles, en ellos se había encontrado sin un céntimo y dio con su huesudo culo en un tugurio de la mafia china donde se había drogado hasta el exceso, emborrachado y follado hasta hartarse. Había comido en Italia y cenado en Texas, dormido junto al sobaco hediondo de un indigente griego como si de su hermano se tratara y conseguido a la mujer más bonita de toda Venezuela.

Pero ahí estaba, marcando el tempo de una canción sorda con sus zapatos de piel de cocodrilo, mientras se mecía en una silla coja y daba vueltas a un revólver con el dedo índice de la mano derecha, esperando por si la vida se dignaba a sorprenderle o por si era él quien debía sorprender a la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario