miércoles, 11 de abril de 2012

Cambios

Porque los tiempos cambian y yo con ellos, he abierto un nuevo blog donde publico cosas menos enrevesadas. Mejor o peor no lo sé, pero os invito a visitarlo pues aunque no dejaré de actualizar este y probablemente vuelva, es otro el que ocupa mis horas en estos momentos. Muchas gracias por las lecturas hurtadillas :)  

jueves, 3 de noviembre de 2011

Te recuerdo

Echar de menos; pena de verse ausente de.
Te recuerdo.



La ausencia huele a madera quemada. Es el humo del que se va lo que nos duele, el recuerdo de un calor que ya no vuelve; el perfume de las brasas de ébano.
Ausencia, poco más, es lo que nos queda... Nostos. Nostalgia. Lo que pudo ser y no fue.

Y en el duro devenir lo que fue y no fue, vuelve. El humo del retorno cargado de recuerdos, el perfume de los perdones que no se dijeron. 

El olvido metamorfoseándose en quizás.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Ella

Aquella noche de invierno se diluían las aceras, las almas y el cielo; todo hacia abajo como si la ciudad fuera un gran desagüe desbordado de herrumbre. Como si Ella, la gran ciudad, hubiese dicho basta, salid de aquí, marchaos lejos con vuestras maldades y vuestros besos olvidados. No sé si era la decadencia que yo misma me inventaba o las lágrimas que lamían mis mejillas pero para mí, la ciudad se diluía para no volver a ser. A serse. A serme. 


Las decepciones quizá, o una masa de caos informe que me empeñaba en amasar con los dedos hasta que se asimilase a un conejito blanco, como el de Alicia. Y que me llevara lejos, donde todo es raro, donde las flores te citan a Faulkner y a Wordsworth mientras un gusano te escupe nubes de menta y pregunta, qué fue primero la idea o la cosa en sí. Pero Platón es demasiado para mí en un día gris...y tener que determinar que la mímesis es la imitación de las ideas y los pensamientos me duele, como si un enjambre pérfido quisiera hacer de mí lo que yo haría de Rubén Darío si aún viviera. 


Me abrazaba el silencio cuando una ráfaga de viento frío me devolvió a las aceras, a las almas y al cielo. Y no, no se diluían, todo seguía en su lugar, escrupulosamente colocado, tal y como lo dejé antes de romper a llorar. 


Vaya por Dios.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Martí


Como millones de hormigas carnívoras, Martí sentía un cosquilleo insufrible en las puntas de los dedos, ávido de carne y sediento de letras, le devoraba aquí y allá sin coherencia, con desorden nervioso.

Se despertó molesto, casi enfadado, con una bocanada de fuego bullendo dentro de sí, pujando por salir para quemar las horas. Un bostezo furtivo mordió sus labios y con un quejido mudo, se dirigió a su escritorio frotándose los ojos. A menudo deseaba no haber sido artista, no haber dejado fluir su imaginación desbordada en juegos de niño, llenando los recovecos vacíos con un mundo de sueños azules. Si aquello no hubiera pasado, se habría dedicado quizá a la medicina, en una universidad cualquiera, abriendo cuerpos y no rasgando almas, curando realidad, no escudriñando recuerdos inventados. Eso no habría importado, pues los cuerpos serían cuerpos sin más, cúmulo de carne muerta, enfermedades con olor a formol. Pero no, Martí no veía cuerpos sin más, Martí bebía melodías de los corazones colmados de olvido, arañaba frases inconclusas al viento tímido que se colaba por la rendija de la ventana, frío como un amor escondido.

jueves, 12 de agosto de 2010

Jake


El humo de un cigarrillo mal apagado dibujaba siluetas en una habitación de penumbras, de una forma suave y tímida se colaba la luz de la gran ciudad por los huecos de la persiana alumbrando aquellos ojos humildes, llenos de fantasmas. Miró al techo con desgana y dio un resoplido que retumbó por las esquinas, a menudo había pensado que el aburrimiento terminaría matándole algún día, literalmente y de una forma cruel.

Las horas pasaban muertas en la vida de Jake, no sabía de qué palo ahorcarse y había empezado a aborrecerlo todo, incluso a sí mismo. Ese reflejo decadente y paliducho en el espejo del baño cada mañana, susurrando los efluvios de una noche pasada por demasiado alcohol y poca comida; si no lo mataba el aburrimiento lo haría una cirrosis del carajo, pero qué más daba si ni siquiera podía mantener una charla sincera con un ser humano, o al menos, un proyecto de hombre.

Unas patas de gallo muy marcadas coronaban la profunda y vacua mirada de Jake, la comisura de sus labios, ligeramente inclinada hacia arriba, hacían de su rostro una mueca permanente. Lo odiaba, esa sonrisa bobalicona siempre quitaba peso a todo aquello que decía para imponerse, incluso a sí mismo. La tristeza nunca sabía igual cuando tus labios perfilaban una fingida alegría.

Sin embargo, nada aplacaba la melancolía de Jake...se sumergía cada día en ese mundo insano que había creado la raza humana intentando, con todo su tesón, encontrar algo que de verdad mereciera la pena. En 34 años había viajado a lugares increíbles, en ellos se había encontrado sin un céntimo y dio con su huesudo culo en un tugurio de la mafia china donde se había drogado hasta el exceso, emborrachado y follado hasta hartarse. Había comido en Italia y cenado en Texas, dormido junto al sobaco hediondo de un indigente griego como si de su hermano se tratara y conseguido a la mujer más bonita de toda Venezuela.

Pero ahí estaba, marcando el tempo de una canción sorda con sus zapatos de piel de cocodrilo, mientras se mecía en una silla coja y daba vueltas a un revólver con el dedo índice de la mano derecha, esperando por si la vida se dignaba a sorprenderle o por si era él quien debía sorprender a la vida.

domingo, 1 de agosto de 2010

Roth


Hacía muchos años que, por una desilusión con el amor, Roth había dejado de pretenderlo. Lo había arrinconado en un viejo cajón, enredado entre hilos y polvo de hada. No atinaba a decidir si fue a causa del odio que comenzó a brotar en su interior o por el pánico descontrolado que azotaba todo su cuerpo cuando recordaba aquellos días. En realidad todo eso no importaba, el caso era que, en su afán por olvidar, una calurosa madrugada de hacía diez años había ahogado entre silencios su capacidad de amar. Todo su mundo se tambaleaba por aquel entonces, desvalido como estaba no podía desear nada más. Y ocurrió, se marchitó por dentro.
Ahora, apenas rozaba la treintena pero las canas ya asomaban curiosas por sus sienes. “Los disgustos” se decía, o eso quería creer. Sin embargo, bien sabía que ya no era el mismo, a menudo le decían que su empatía y su bondad habían quedado reducidas a cenizas y su sustituta, una perturbadora frialdad, había regido desde entonces el orden y mandato de su vida. Pero todas esas opiniones vertidas en él le importaban más bien poco pues si disfrutaba de algo en el presente que vivía, era del sabor rancio que le proporcionaba su misantropía. De esta manera, Roth no podía sentirse más seguro, había renovado fuerzas y el único amor que profesaba era hacia sí mismo, irradiando el peligro de un narcisismo incontrolable. Pero todo cambió una mañana, aun pensando que su bienestar duraría por siempre, comenzó a alterarse con las ráfagas de un viento inevitable. Una figura comenzó a trazarse a lo lejos del pasillo, majestuosa, delicada y con sus rizos de obsidiana cayendo sobre los hombros. A hurtadillas robó con su mirada el nombre que tenía impreso en la tarjeta de identificación de la empresa.
Aquella noche, como en las venideras, siempre soñaría con ella. Siempre soñaría con Rosalie.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Tras los pasos del silencio


La primavera llegaba a paso lento, el paisaje comenzaba a despertar poblando el camino de flores taciturnas y de algún que otro insecto aturdido, que volaba de un lado a otro hasta caer fulminado de puro agotamiento. Ese zumbido constante se colaba por la rendija de la ventana, ahogando el silencio de una estancia que nunca pareció tan muerta como aquel día.

Una vieja cortina de cuadros azules aleteaba levemente por las pequeñas ráfagas de aire fresco que aliviaban el olor a cerrado. En la encimera de la cocina se adivinaban unas olvidadas huellas de la harina de un pastel que no se llegó a terminar; si cerrabas los ojos y contenías el aliento, aun podías apreciar el aroma de las manzanas, despedazándose bajo el peso del cuchillo y dejando su sangre invisible en ambos lados de la hoja, mientras el calor del horno se extendía por cada rincón. En la pila, casi al borde del óxido, un montón de cubiertos sucios revestidos de moho y dejadez.

El salón asomaba tímido a la derecha del marco de la puerta, cuya pintura blanca había empezado a descascarillarse. Todo era caos. Una mesa de madera oscura albergaba demasiados libros en su superficie, sus páginas amarillas pedían a gritos ser leídas pero la soledad que reinaba, ciega como era, convertía sus palabras en un doloroso vacío. La butaca gruñía a lo lejos, empujada, quién sabe, si por el viento primaveral o algo más. Un eterno clonk interrumpía su recorrido, la razón debía ser aquel horrible par de zapatos, calzados aún en unos pies demasiado grandes para ellos. Su dueño, un cuerpo inerte extendido en el suelo, se fundía destrozado con un charco seco de sangre y recuerdos, demasiado demacrado como para apreciar la melancolía de sus ojos.