jueves, 9 de diciembre de 2010

Martí


Como millones de hormigas carnívoras, Martí sentía un cosquilleo insufrible en las puntas de los dedos, ávido de carne y sediento de letras, le devoraba aquí y allá sin coherencia, con desorden nervioso.

Se despertó molesto, casi enfadado, con una bocanada de fuego bullendo dentro de sí, pujando por salir para quemar las horas. Un bostezo furtivo mordió sus labios y con un quejido mudo, se dirigió a su escritorio frotándose los ojos. A menudo deseaba no haber sido artista, no haber dejado fluir su imaginación desbordada en juegos de niño, llenando los recovecos vacíos con un mundo de sueños azules. Si aquello no hubiera pasado, se habría dedicado quizá a la medicina, en una universidad cualquiera, abriendo cuerpos y no rasgando almas, curando realidad, no escudriñando recuerdos inventados. Eso no habría importado, pues los cuerpos serían cuerpos sin más, cúmulo de carne muerta, enfermedades con olor a formol. Pero no, Martí no veía cuerpos sin más, Martí bebía melodías de los corazones colmados de olvido, arañaba frases inconclusas al viento tímido que se colaba por la rendija de la ventana, frío como un amor escondido.